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A Coutinho, el conversador.

Por Diego Mondaca

Las veces que encontré a Eduardo, siempre lo vi en una esquina, sentado, muy silencioso. Él prefería aquellos rincones evidentes porque ahí podía fumar. Luchaba mucho por un espacio para fumar. Para ello, las esquinas le servían también de cómplices.


Desde esa posición, siempre al margen pero como en la proa, Eduardo Coutinho gustaba de observar lo cotidiano del mundo y conversar con él. Coutinho aseguraba haber abandonado la ficción por el documental para librarse de sí mismo. Creía que, hablando sobre los demás, podría abandonar su propia historia. Así buscaba situarse, nuevamente, en los márgenes para finalmente “alejarse” de los focos, poniéndose tras ellos y dejar de vivir en ilusiones.


Mientras era estudiante de cine, me acerqué tímidamente a la obra de Coutinho. Su documental Edificio Master (2002), que vi en una televisión no mayor a 20 pulgadas y en una reproducción de VHS (formato casi extinto), fue el primero que vi de él. Gracias a Coutinho asistí a una escena maravillosa, y a una emoción impensada cuando Enrique, vecino y uno de los protagonistas de Edificio Master (predio situado en Copacabana, a pocos metros del mar, con 12 plantas y 276 apartamentos), narra su encuentro con Frank Sinatra, 60 años atrás, mientras era trabajador en un restaurante de Estados Unidos. Para Enrique, ese encuentro fortuito con Sinatra marco su vida; para mí, la historia de Enrique marcó mi acercamiento a un gran director y un pilar fundamental del cine documental latinoamericano. Coutinho no se contentó con ser apenas “un cineasta”. Sensible a los problemas sociales del país vecino, combinó y armonizó el arte con la militancia, participando intensamente en el proceso de organización de los “Colectivos Populares de Cultura” (CPC) y en caravanas por todo Brasil. El precio que pago por ser militante fue el exilio y la imposibilidad de poder concluir, por casi 17 años, una de las obras documentales más comprometidas e importantes que registra la represión sufrida por los trabajadores rurales y las cicatrices que el autoritarismo y la violencia provocaron en cada ser humano que quiso luchar por una sociedad más justa. Esos sus inicios los remarcó en su filme Cabra marcada para morir (1964-1985).


Desde Cabra marcado para morir hasta Canciones (2011), su ultimo filme documental, todos nosotros que admiramos y seguimos a Coutinho pudimos asistir a retratos complejos y emocionantes de clase medias y populares brasileras, y entender que, más que los recursos técnicos, la riqueza de sus películas nacieron del intercambio producido por la palabra y el vínculo, la fuerza alrededor de la cual todo gravita.


A Coutinho no le interesaba un tema en especial. Los grandes temas, en sí mismos, no le interesaban. Lo único que pretendía era encontrarse con otra persona a través de la cámara, situarse al margen del contexto cinematográfico, pero muy cerca de la vida y la experiencia. Esto buscó siempre Coutinho y para ello encontró la mejor manera: conversar. Paradójicamente, Eduardo Coutinho (1933-2014) se encontraba finalizando su ultimo documental, que lo dejó inconcluso, titulado Palabra. Él nos enseñó con imágenes lo que dice la sabiduría ancestral: “conversando se aprende”



© Diego Mondaca / Publicado en RAMONA (Bolivia)

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