Fernando Birri, el utópico andante.
A pocos días de empezada la primavera de 1986, escribía Fernando Birri:
Rodeados por el azul turquesa del Caribe, bajo la luna creciente, náufragos de la utopía, salvados de un mundo de injusticia imperial y de demencia atómica, la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano decide dar vida a la Escuela Internacional de Cine y Televisión San Antonio de los Baños (EICTV), Cuba. Sobrenombrada Escuela de Tres Mundos: América Latina y el Caribe, África y Asia. Una escuela-atípica, central productiva de energía creativa para imágenes audiovisuales y que dirigió y potenció al nuevo cine latinoamericano.
El viejo Birri siempre andaba fundando sueños y utopías, pequeños y enormes por todos lados. En 1956 creó el Instituto de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral, que fue el epicentro de la Escuela Documental de Santa Fe (Argentina), la primera en Sudamérica; y junto a García Márquez, Julio García Espinosa y Fidel Castro fundaron la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños (EICTV) una casa de estudios influyente que con más de 30 años a la fecha, dirigió y potenció al nuevo cine latinoamericano. En esa escuela estuvimos muchos, y gracias a ellos también aprendimos a volar.
Tire Dié (1960) y Los inundados (1962) dos de sus más importantes películas que desvelaron el lado oscuro de los procesos de modernización y marcaron el nuevo rumbo del cine de América Latina, además de ser reconocidos como los filmes fundacionales del Nuevo Cine Latinoamericano, movimiento que tuvo entre sus filas a directores como el brasileño Glauber Rocha, el cubano Tomás Gutiérrez Alea, el chileno Raúl Ruiz, y el boliviano Jorge Sanjinés. Éstos, junto a otros más, develaron con su trabajo un pensamiento y una estética cargados de compromiso social y político hacia transformación social.
Fernando Birri, cineasta-poeta, es conocido como el Maestro del Cine Argentino, utópico, viajero y creador de mundos maravillosos. Todos, adjetivos muy merecidos. Una figura mítica a la que fui descubriendo poco a poco, con sorpresa y asombro, ese su papel como artista, maestro y librepensador. Con una curiosidad permanente que se fue transformando, después de cada charla, en admiración. Conocerlo me confirmó, como a muchos, su universo creativo y volcánico y, sobre todo, su gran irradiación de luz sobre muchas generaciones de cineastas latinoamericanos, muchos de ellos bolivianos.
Birri vestía siempre de blanco: fantasma y mago a la vez. Una presencia y elegancia impecables reflejadas en su sombrero negro y guayabera cubana, acentuadas por una enorme barba y un bastón que, las más de las veces lo soltaba para volar.
En la EICTV, hay unas bancas que dan a una planicie muy amplia orientada hacia el poniente. Ahí solíamos encontrar siempre a Fernando, contemplando atardeceres rojizos. Un par de veces me senté a charlar con él. Recuerdo su enorme conocimiento y su curiosidad constante por Bolivia, además de los grandes momentos, llenos de cariño, que conservaba por Beatriz Palacios.
En mi primer año en la escuela de cine, junto a mi compañero de clase Andrés Boero Madrid (uruguayo), hicimos unas filmaciones de Birri que buscaban ser una suerte de entrevistas o algo así. Era nuestro primer año en cuba y queríamos aprender todo, filmar cada detalle. Birri, más intrépido que nosotros, a momentos nos seguía el paso, luego se adelantaba. Entregado a nuestro juego, nos guiaba e impulsaba. A sus más de 80 años era más joven y despierto que todos nosotros. Ni Andrés ni yo sabemos dónde habrán quedado esas grabaciones.
Otro de esos muchos días, sucedió algo así: Fernando Birri arremetió contra sí mismo. Armado con un martillo pesado caminó directamente hacia su estatua suya, ubicada junto a las de Tomas Gutiérrez Alea, Gabriel García Márquez y Julio García Espinosa. Se paró de frente, y con dos sendos combazos rompió parte del sombrero, que él consideraba su punto más débil.
Sin duda, muchos extrañaremos al Maestro Birri, patriarca del Nuevo Cine Latinoamericano, un hombre que nunca perdió su lucidez ni su buen humor.
A Fernando Birri (1925-2017), toda mi admiración y gratitud.