Pipo Estellano, nuestro uruguayo
Para: Pipo Washigton Estellano (Q.E.P.D.)
Pipo fue quien hizo posible el cambio en mi vida. Lo conocí gracias a su hijo Victor Hugo, un entrañable amigo y compañero de aula en la Facultad de Biología de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Con Víctor íbamos a estudiar juntos en su casa, un lugar lleno de libros por todo lados, estantes repletos de diversos títulos, literatura latinoamericana por excelencia, y ahí, entre medio, estaba Pipo, siempre con un libro en la mano y una sonrisa de bienvenida.
Te invitaba un mate, típicamente uruguayo, y detenida su lectura para poder presentarte su casa, sus estanterías y alguna que otra anécdota con alguno de los autores de esos libros, a quienes generalmente conoció en persona.
Conversar con Pipo era una fiesta. Siempre tenía una buena historia, referencias impresionantes y, todo, lo ofrecía con naturalidad y generosidad. Pipo es parte de esa generación que buscó incansablemente y con sangre, una democracia posible en América Latina. Desde Uruguay, su país de origen, transitó largos exilios entre Bolivia y México, donde se hizo aún más potente y comprometido.
En Bolivia encontró el amor y fue lo que lo tuvo hasta estos días en nuestro país. Miembro del legendario grupo de teatro El Galpón de Uruguay, amigo de Eduardo Galeano, Mauricio Rosencof, Raúl Sendic, José Mujica, Raúl Zibechi... y coorresponsal del Semanario Brecha de Montevideo. Washington Estellano, “El Pipo”, como lo conocíamos todos, tenía en las espaldas una gran historia. Yo tome mis primeras clases de “escritura creativa” con él, en su pequeño estudio. Siempre me esperaba con una lista de libros, una hoja y un lápiz, nada más, el resto era conversar. Nunca llenamos esas hojas blancas, pero si conversábamos mucho. Gracias a él descubrí grandes títulos y grandes autores literarios y, gracias a él conocí a Jorge Sanjinés personalmente.
Pipo siempre creyó mucho en mí y le estoy agradecido por ello. Cuando le anuncié que iba a cambiar el rumbo de mi vida hacia al cine, me dio mucho ánimo y confianza, y me lleno de más libros. El también revisaba mis primeros escritos, mis primeras entrevistas, sin su aprobación yo nunca las publicaba. Durante los periodos 2003-2004, momentos de alta tensión política en nuestro país, compartíamos muchas reuniones y charlas sobre la coyuntura y la agitación que se vivía en nuestras calles y plazas. Su interés era que yo también lo pueda vivir y reflejarla de la mejor manera en los textos que luego publicábamos. Yo en ese tiempo era corresponsal para la revista Rebelión (Madrid) en Bolivia.
Pasados los años, cada vez que yo regresaba a Bolivia le presentaba mi trabajo, mis pequeñas películas que realizaba en la escuela de cine de cuba (en la EICTV). Pipo las festejaba, las comentaba y me tiraba algunos nuevos títulos de libros que en ese tiempo de ausencia le habían llamado la atención. Conversábamos. Visitarlo en su casa de campo de Huajchilla, al sur de la ciudad de La Paz, siempre era una gran plan. Comer asado uruguayo, vinos y mate, además de las grandiosas mermeladas que preparaba con los frutos de su jardín. Una casa llena de amigos, llena de cultura. Pipo tenía la habilidad de reunir y atraer a mucha gente.
A Pipo le estaré eternamente agradecido. No puedo evitar el dolor de su pérdida, pero sé que en muchos de nosotros, los que de cierta manera lo frecuentábamos, dejó una huella inmensa y un ejemplo de generosidad y sabiduría. Es, para mí, como perder a un padre.
Siempre gracias querido amigo Pipo. Vuela en paz.