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Desconfiar de las Imágenes

por Diego Mondaca

En 2008 comenzamos a indagar, con nuestro documental LA CHIROLA, acerca de lo que puede o no representar la libertad, o más bien su ausencia. Retratamos la memoria de Pedro Cajías de la Vega, quien permaneció por varios años dentro del penal de San Pedro y que luego tuvo que enfrentarse nuevamente a la libertad. El documental relata cómo para Pedro el salir libre significaba un trauma aún mayor.

En 2011 este nuestro trabajo continuó con CIUDADELA. Desde que comenzamos nuestras investigaciones nos llegaron un sinfín de comentarios e historias sobre acontecimientos que sucedían dentro o desde dentro del penal de San Pedro, o que quizá simplemente, dice que suceden.

Sin duda son muchas las cosas que pasan o no dentro de una cárcel, pero también es cierto que estos mismos hechos no dejan de pasar fuera de ella. El origen no está ahí dentro, sino en el entorno que lo contiene. Entonces, tras este análisis evidente -pero pocas veces reconocido- comenzamos a hacer observaciones inversas a lo habitual y centrarnos en nuestro entorno para así poder entender de la mejor manera posible los espacios y momentos que registramos en los dos documentales.

Tanto el mundo de adentro como el de afuera vienen acompañados de sus propias hostilidades y libertades. En el caso del penal de San Pedro, dada su arquitectura y su construcción social en su mayoría gente de pocos recursos y de origen indígena (mayormente aymara), podría servir de vivo ejemplo de libertad, poniendo en evidencia la ambigüedad de esta palabra a través de las nuevas imágenes que nos devela, invitándonos a desconfiar de todas las nociones y preconceptos que consumimos sobre las cárceles.

En Bolivia alrededor del 70% de las personas presas no cuentan con sentencia y somos el quinto país en el mundo con mayores índices de violencia contra la mujer. En el Estado de California se ha quitado la palabra rehabilitación: la cárcel ya no sirve ni en apariencia para rehabilitar, sino que está ahí de forma explícita sólo a modo de castigo y prevención. El Ministro de Justicia de ese país, Estados Unidos, encargó la producción de un video para los medios de comunicación que buscaba demostrar, principalmente, que los condenados a prisión no vivían en condiciones lujosas, sino que la pasaban bastante mal.

El video se parece a una película de propaganda nazi sobre la prisión de Brandenburgo filmada en 1943. En ambos casos, el mensaje es el mismo: “El tiempo de la clemencia ha pasado. Hay que dejar de hablar de rehabilitación y comenzar a hablar más bien de la severidad del castigo”. En Bolivia, hace pocas semanas el candidato a la presidencia Jorge Tuto Quiroga anunciaba como propuesta electoral la idea de contar con “cárceles de verdad, donde el que la hace la paga”. Y por el otro lado y no muy distante, Samuel Doria Medina, candidato a la presidencia por Unidad Nacional, propuso la “cadena perpetua”, ambas propuestas como medidas para combatir la inseguridad ciudadana.

En las dos películas mencionadas, vemos un preso atado de pies y manos como un artista circense. Ambos films transforman al criminal en un espectáculo, pero la californiana es más sensacionalista que la de los nazis. Claro que en Alemania de 1943 existía mayor maltrato social que en la California actual, pero lo nazis todavía se esforzaban por aparentar cierta legalidad.

La demanda de entretenimiento ha crecido de forma increíble con los años y hasta el cine que realiza una crítica a la cárcel busca entretener. Casi en ninguna película critica falta la ejecución que satisfaga el deseo de sentir el miedo en carne propia.

Con la modernidad, la praxis del castigo cambia radicalmente y se elimina el martirio público y la ejecución. Las personas que cometen infracciones a las leyes son encerradas detrás de muros, excluidos de la mirada pública, invisibilizadas. Sin olvidarnos, entanto, que la invibilización social ya ocurria de manera velada en la medida en que la concepción de delito y pena por parte del Estado y la sociedad son selectivos, afectando más determinados grupos sociales, como mencionamos anteriormente.

Lo que sucede en el caso boliviano, o al menos en el que nosotros pudimos explorar a partir de nuestro trabajo en La Chirola y Ciudadela, es algo bastante particular, lo que en ningún caso significa que sea mejor o peor. La ausencia del Estado Controlador dentro de los centros penitenciarios ha provocado que gradualmente las dinámicas de control sean vencidas, rebasadas o modificadas. Ahí dentro manda marinero. Es interesante ver cómo la gente ahí recluida ha desarrollado la capacidad de vivir/convivir en comunidad al margen de la ley establecida, gestionando y desarrollando sus propias normas y modos de convivencia, mismas que garantizan, una mínima seguridad entre ellos y sus familias. El carácter gregario del ser humano posibilita que pueda encontrar siempre la manera de convivir y de esta manera sobrevivir.

En San Pedro aquel modelo de Panóptico como estrategia de control, donde la mirada vigilante del guardia está siempre puesta sobre el prisionero y donde el guardia es el representante de sociedad, fue rebasado. Ese modelo de vigilancia, ideado por el filósofo británico Jeremy Bentham, con una torre de control que permitiera ver al interior de cada una de las celdas, donde los presos no puedan saber si en la torre había efectivamente alguien, solo sentían la potencialidad de la mirada. Bentham se imaginaba que cualquier persona podía ingresar en la torre y cumplir con la función de vigilancia.

En Ciudadela un vigilante precariamente posicionado en su torre de control, una caseta hecha de adobe y techo de calamina plástica, situada sobre el muro perimetral sur de San Pedro, dialoga con un preso que se encuentra abajo mientras arroja una piedra el techo de otra celda para poder dialogar con otro prisionero. Esta imagen, este momento de íntima comunicación entre vigilante y vigilado, ejemplifica acertadamente el tipo de relaciones establecidas desde un modelo panóptico vencido por dinámicas sociales y culturales propias de los bolivianos, con multitudes que conviven en hacinadas y que se hacen y re hacen cada minuto, reinventado espacios extraviados en los laberintos de su propia ciudadela.

Visto desde fuera el aparente caos se vincula, básicamente, con una de las caracterizaciones más constantes de la vida, la que señala su “feroz desorden”. Y es que en el penal de San Pedro conviven –en un espacio no mayor a 1000m2– más de 3,500 reclusos, incluyendo mujeres y niños (familias enteras). Entonces, por mucho que imaginemos estas cifras y espacios juntos, nunca lograremos otorgarle su imagen correcta, por lo tanto desconfiar de las imágenes es completamente necesario y valido, para así poder encontrar motivaciones para detenernos, y observar.

Diego Mondaca

t: @DiegoMondacaG

Links

LA CHIROLA: http://vimeo.com/12346988

CIUDADELA: http://vimeo.com/86256347

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