“Eres, con Sanjinés, ya el segundo boliviano que conozco”
por Diego Mondaca
Conocí a Coutinho por insistencia. La primera vez que escuché su nombre fue gracias a una compañera de clase, paulista, en mi escuela de cine. Ella, Luana, se desbordaba en explicaciones para hacerme entender por qué los filmes de Coutinho eran necesarios de ver. Finalmente me convenció y, después de un par de semanas, saqué el VHS de Edificio Master, de la filmoteca de mi escuela, la Escuela Internacional de Cine y Tv San Antonio de los Baños.
Después de unos años me encontré con Coutinho como siempre me lo relataban, fumando. Era en el mes de abril del año 2009, Eduardo estaba sentado en una improvisada silla justo al lado de la puerta de un cine de São Paulo. Me advirtieron que era algo “cascarrabias”, pero a pesar de ello me acerqué. Al saludarlo y contarle mi origen y actividad, contestó rápidamente: eres, con Sanjinés, ya el segundo boliviano que conozco. En esa oportunidad Coutinho estrenaba en el Festival É Tudo Verdade su documental Moscú.
¿Cómo clasificar a quien produjo una revolución con Cabra marcado para morir y Peones; a quien demarcó una nueva frontera para el cine de entrevistas y, cuando se suponía que iba únicamente a profundizar y ejercitar por ese camino, rebasó todo y propuso una reflexión profunda sobre la vida y sus representaciones con Juego de escena? Luego nos sorprendió con Moscú y Canciones en una construcción polifónica magistral, develando verdaderos encuentros y sin artificios. ¿Para dónde iría Coutinho después de eso? Nadie podrá saberlo.
Coutinho no es un maestro ni un inventor. Es un maestro que se reinventa.
Después de unos años volví a encontrar a Eduardo, esta vez en Holanda, en pleno invierno. Coutinho estaba furioso porque había pasado más de 12 horas sin poder fumar “un” solo cigarrillo mientras se trasladaba desde Río de Janeiro hasta Ámsterdam. Lo habían indignado. Me contó que se había casi forrado con “parches de tabaco”, y que no habían servido para nada, a pesar de haber sido especialmente prescritos por un amigo suyo.
Tuve mucha suerte al verlo en esa oportunidad. Uno porque me reconoció y dos, porque todo el resto de personas invitadas a su ponencia, panelistas y público incluidos, llegaron tarde, no más de diez minutos, pero suficientes para que yo pudiera platicar y conocer más al re-inventor. A su alrededor estábamos, una brasilera (su asistente), un venezolano (el programador del festival) y un boliviano (yo). Todos latinos y todos puntuales, a sabiendas de las rabietas de Coutinho.
Cuando empezó la conferencia sobre Cine Documental Brasilero, su invitado especial, Eduardo Coutinho, tuvo la amabilidad de citarnos –a la brasilera, al venezolano y a mí –como su público más puntual y fiel, y comenzó su exposición. Primero en portugués para luego saltar inesperadamente al inglés, al francés y al castellano. Volvió locos a todos. Era su manera de rabiar.
Joao Moreira Salles, amigo íntimo y productor de Coutinho, apunta: “La historia de Eduardo Coutinho no autoriza optimismos apaciguadores. Nada más distante de las narrativas que ofrecen la ilusión de que si es posible el drama de la condición humana. Cada documental que termina –muchas veces antes de ser realmente terminado–, la duda retorna y se impone. No existen garantías de que siempre habrá una salida. Él gusta de una idea que atribuía a Walter Benjamin, según quien los dioses sólo podrán dar una esperanza a los hombres desesperados: uno necesita perderse para encontrar, perder la esperanza para recuperarla, es necesario perder todo para que algo quede. Si no, es optimismo forzoso, es dialéctica vulgar, es dejar de ver las ruinas.”
Coutinho trabajó siempre con personajes anónimos de las clases medias y populares brasileñas; un no-guión o no-libreto, sin el recurso de la voz en off, y que recurre a la conversación como hilo conductor; la exposición de las condiciones de filmación y producción (luces, micrófonos, locaciones), escogiendo encuadres fijos y cercanos al “entrevistado” con planos largos en los que la imagen y la palabra van de la mano, evidenciando que las personas son más de lo que aparentan, que pueden atraer interés insospechado por lo que dicen y hacen, y no por lo que representan, así Eduardo Coutinho desarrolló su cine, en un área donde la cámara revela cuánto de construcción formal es parte del documental y cuánto del documental es parte de la ficción.
Tuve la suerte de conocer la obra de Eduardo Coutinho por insistencias para luego recorrerla. Encontrarlo y platicar con ese gran ser humano, espontáneo y conversador, ayudó a cuestionar mi posicionamiento en el cine.
“No busco respuestas, trato de proponer preguntas, busco saber cómo está el mundo, saber lo que hacen las personas frente a la dureza de la vida. Anotar algunos fragmentos, porque la vida es siempre incompleta, imperfecta” – decía Coutinho.
Sin duda le debemos uno de los retratos más complejos y conmovedores del Brasil de las últimas cuatro décadas. Resulta indispensable conocer su obra, y entenderla como un impulso creativo que habla de la vida a través del mundo. Entonces entendemos que el trabajo de Coutinho no es únicamente un referente para la gente interesada en el cine sino para todos.
Según Coutinho yo fui el segundo boliviano que conoció en su vida y, me hubiera encantado que llegase a conocernos a todos.