327 CUADERNOS ( Di Tela, 2015) o un ejercicio de enunciación.
(Entrevista/Conversación con Andres Di Tela, autor de 327CUADERNOS, sobre los diarios de Ricardo PIglia)
Ésta pareciera la visita íntima a las bambalinas de la vida, lo poco visible. Las dudas, los pequeños pasos, las ideas incompletas (bocetos) o las grandes ideas aún no realizadas (sueños). Los estados de ánimo, los tránsitos. La vida. Son alrededor de 327 cuadernos de tapa dura de aproximadamente 150 páginas cada uno. Tránsitos entre largos exilios e interminables retornos. Todos escritos con el mismo color de tinta y en un periodo de alrededor de 50 años, desde 1957. Desde los 16 años de edad hasta los 73. Son los cuadernos de Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1941), uno de los narradores más importantes de lengua hispana. Todo esta ahí, y nada. Un cúmulo de pequeñas historias privadas en medio de los grandes movimientos de la historia. “[…] Abandonamos Adrogué, un suburbio de Buenos Aires, donde yo había nacido y donde había nacido mi madre y nos fuimos a Mar Del Plata. Yo viajaba entre las sogas y los bultos, sentado en un canasta de mimbre. Miraba pasar las poblaciones, las vacas, la mansedumbre idiota de la llanura. […] Yo tenía 16 años, viví ese viaje como un destierro. No quería irme del lugar donde había nacido. No podía concebir que se podía vivir en otro lado, y de hecho, después no me ha importado nunca el lugar donde he vivido”, escribió Ricardo en su diario. A propósito de la nueva película de Andrés Di Tella, 327 cuadernos, sobre la los míticos diarios de Ricardo Piglia, conversamos con el destacado documentalista argentino para aproximarnos a su relación con Piglia y la influencia de éste narrador en su obra cinematográfica, como también de su exploración dentro de las artes visuales. 327 Cuadernos se estrenó mundialmente ayer en la ciudad de Buenos Aires, y será, en éste mismo mes de septiembre, parte de la Selección Oficial del Festival de Cine de San Sebastián (España). - ¿Cómo entrar en un diario intimo –el de Ricardo Piglia– que, a la vez, puede llegar a significar todo lo que tú, Andrés, desde hace ya tiempo, vas investigando y recorriendo: la migración, la memoria, las letras, las artes…? Podría decir que, a través de esta película y a través del diario de Piglia, me propuse hacer un experimento de enunciación: hablar de mi experiencia personal, de mi propia intimidad, a través de la experiencia personal y el registro íntimo de otro. Al hablar a través de otro, probar si es posible expresar lo que uno no sería capaz de decir de su propia experiencia, en nombre propio, en primera persona del singular. Piglia mismo me ha enseñado que un escritor no hace otra cosa. Se trata de poner a otro en el lugar de una enunciación personal. La literatura es siempre autobiográfica y, al mismo tiempo, es el lugar en el que siempre es otro el que habla. La literatura sería ese desplazamiento, esa toma de distancia con respecto de la palabra propia. Hay otro que dice eso que, quizá, de otro modo no se puede decir. Por eso mismo, tal vez, es que Piglia decide nombrar a sus diarios como Los diarios de Emilio Renzi, es decir, atribuirle su propia vida a un personaje de ficción. - Hay algo que me sorprende mucho después de ver tus documentales. Es ese investigador persistente en el que se transforma tu ser documentalista. Algunas veces, ese investigador tiene más un perfil de “explorador”. Tengo la sensación de que tu trabajo se fundamenta en la investigación, pero particularmente en su proceso. Creo que la investigación es un elemento constituyente de buena parte del arte contemporáneo, al menos del que me interesa a mí. Hay artistas cuya obra ES una investigación. Por ejemplo, los artistas argentinos Nicolás Goldberg y Guillermo Faivovich, que registré en un documental reciente, El ojo en el cielo (en co-dirección con Darío Schvarzstein, 2013), cuya investigación sobre los meteoritos que cayeron en la zona de Campo del Cielo, en el Chaco argentino, va más allá de cualquier resultado artístico exhibible. De hecho, en el caso de estos extraños artistas, las piezas que llegan a las galerías o museos son como sucedáneos de la investigación: fotos, documentos, mapas, un pedazo de meteorito… La verdadera “obra” es la investigación. El proceso a veces es más interesante que el presunto “resultado”. En lo que hace a mis películas, te diría que es por eso mismo que me interesa mostrar el proceso, como señalando que hay algo más grande, una dimensión de vida vivida que no está en lo que estás viendo, en el rectángulo de la pantalla y en los 80 minutos de proyección, pero que se puede adivinar. Es como el famoso iceberg de Hemingway: se muestra la punta visible para que el espectador tenga que imaginar ese bloque gigantesco de hielo que está sumergido debajo del agua, invisible. ¿Y cómo lo imagina? Con sus propias experiencias, su propia vida. La película se convierte así, para cambiar de metáfora, en un extraño aparato óptico que ilumina las zonas oscuras del propio espectador. La diferencia, por último, entre un artista y un investigador, es que el investigador científico, digamos, está obligado a seguir una serie de protocolos de su disciplina, y en definitiva persigue algún resultado objetivo, demostrable según los parámetros de su ciencia. El artista es libre. - ¿Cómo debates los espacios entre narrador–personaje–autor, roles donde tú estás muy presente, dentro de tus trabajos? Ricardo Piglia dice, en 327 cuadernos, que el arte de narrar está en la relación que se establece entre el narrador y la historia que está narrando. Ahí va a encontrar el tono de la historia, la emoción que esa historia le suscita. Poner a ese narrador en un lugar visible –se trata de un personaje, basado en mis propias experiencias, pero es solo una versión de mi mismo- permite hacer visible esa relación. - Veo que la experimentación es constante en tus películas, un factor que se alimenta y renueva con cada una. ¿Representan también la imperiosa necesidad de una búsqueda de identidad y, acaso, una exploración en tu pasado personal familiar, entrando en temas de migración y memoria? La identidad se construye a pesar de uno mismo. Como diría Picasso, no es algo que se busca sino que se encuentra. Mi pasado personal o familiar es también lo que tengo a mano. En ese sentido, trabajar lo autobiográfico, en literatura, se da por sentado. Basta con remitirse a Proust, casi el padre de la literatura del siglo XX. Cuando empecé a hacerlo en el cine documental, particularmente con La televisión y yo (2002) y Fotografías (2007), llamó un poco la atención, para algunos era casi escandaloso que un “documentalista” estuviera hablando en primera persona. Hoy creo que ya se ha aceptado ese enfoque y se ha convertido en un recurso más en la caja de herramientas del cineasta. Últimamente me interesa cada vez más “salirme” del cine. En realidad, siempre lo he hecho. Mi trabajo dialoga con el arte contemporáneo pero, también, con la literatura. Creo que la obra de Ricardo Piglia, por ejemplo, ha ejercido una influencia mayor en mi trabajo que la de cualquier cineasta. A veces digo, medio en broma, medio en serio, que filmo una película como si tratara de escribir un libro. Y esa ambición imposible, de hacer algo propio de un medio en otro medio, en algún sentido me libera y me permite hacer lo que se supone que no se puede hacer. También experimento con otras formas que exceden lo cinematográfico pero lo incluyen: a partir de lo que investigo en una película, he hecho instalaciones, performances, “cine en vivo”, libros… Di Tella-Piglia-Renzi “Ricardo pasa sus diarios a tercera persona. Habla de él mismo como si hablara de otro. Rescribe, cambia. La literatura siempre es aquel espacio donde el otro habla”. (Voz en Off de Di Tella) “Viernes. Las notas más antiguas de sus diarios son de 1957. Una mudanza en medio de la noche. Un camión cargado con muebles. La casa desmantelada. Van por la ruta en la llanura hacia una ciudad balnearia. Se detienen a medio día en un bosquecito. El perro da vueltas por el campo. Su padre dice: –Ves, en éste pozo un croto ha hecho un fueguito (Toca las cenizas con el revés de la mano). Ese acontecimiento mínimo a la palabra de su padre vuelve a su memoria varias veces a lo largo de su vida durante años sin relación con nada que éste sucediendo en el presente. Nítido en el recuerdo, inesperado como si fuera un mensaje cifrado que escondiera un sentido secreto. Son como esquirlas, flashes luminosos y perfectos sin ilación. Así habría que escribir, pienso a veces”. (Voz en Off de Ricardo, firmando como Renzi, su otro) - ¿Qué hay de fantástico en la vida del otro? El otro es un misterio. Uno mismo es un misterio. En ese sentido, no debe ser casualidad que me guste tanto la literatura fantástica. En general, todas la películas de Andrés Di Tella tienen una forma de diario –La televisión y yo y Fotografías–. Son trabajadas como borroneando un diario de trabajo durante el proceso de investigación y realización. Entonces, todas cuentan lo que es la realización misma, poniendo en evidencia lo que es un “proceso” imprevisible. Nos da la idea (o ilusión) de que “esto está sucediendo ahora mismo”. “Aunque detrás haya un guión, una planificación, una escena, se trata de conservar el efecto de imprevisiblidad caracaterístico del presente. O para decirlo como dicen en la mafia: ‘que parezca un accidente”, añade Andrés. Ricardo Emilio Piglia Renzi y Andrés Di Tella se conocen hace más de 30 años. Desde esa primera surgió un encuentro y Piglia se hizo perdurable. “Diría que la influencia de Piglia en mi trabajo ha sido perdurable, mayor tal vez que la de cualquier cineasta”, dice Andrés. 327 Cuadernos es, en sí misma, una especie de diario cinematográfico que documenta, durante más de dos años, ese proceso íntimo de revisión de los cuadernos. Es decir: alguien que revisa, no sin dificultad, su propia existencia. En esos diarios están las semillas de toda su obra literaria, al igual que toda la obra que nunca escribió. También está el hombre que olvidó haber escrito esas palabras y que recuerda una vida entera. 327 Cuadernos son Ricardo Piglia y Emilio Renzi, como también son, en parte, Andrés Di Tela.
No hay duda sobre el gran valor testimonial de “327 CUADERNOS”, el registro de un tiempo en la vida de un gran escritor, y de un tiempo muy especial, al tratarse de la revisión de su propia vida mediante las lecturas de su diario de cincuenta años. Documental cargado de ternura y dolor. Un regalo a su amigo y maestro que se está yendo.